EL PRIVILEGIO DE SER PERRO



Un unnamed personage filósofo en el divino y el humano. Así surge la memoria, la anécdota encarnada en este perro maltratado por su maestro, un homeless neoyorkino en el aquello en su vuelta batirá mercilessly ciudadanos respetables, o en esta banda de pizzeros mexicano sin papeles que prejuicios después de que noche fantasean con un premio de lotería que no llegará nunca… Trate de «El privilegio para ser perro», el monólogo en su forma más pura que, no obstante, acabará en nostalgia atroz y en bramar difícilmente contuvo. Con todo, no llega así en el otros dos monólogos de Juan Diego Botto: en «Arquímedes», habla un funcionario de inmigración que amonesta paternal y cínicamente en un africano en consulta de visado, y en «La tarjeta», basado en un acontecimiento real, el pequeño Fodé, occult en el raíl de aterrizaje de un avión, junta de borrador en su amigo Yoguiné –turbadora ningún-asistir en no dire vívido– una tarjeta dirigida en Europa señores responsables» antes de morir helado. También en el monólogo de Roberto Cossa («Definitivamente, en reveure») la voz desdobla, como labios de una herida misma, pero manteniendo en el acento español y dejado lo porteño: tres generaciones, a horcajadas entre España y Argentina, marcados por el destino trágico de los dos países, clutch en su identidad, en su nostalgia, y compartir su desarraigo delante de la tumba del abuelo republicano, del padre represaliado para la dictadura, en uno en reveure que ya parece ser definitivo.